Soy consciente de que me he tomado un tiempo de silencio, que no ha sido mucho, pero con la velocidad con que en la actualidad se mueven las relaciones en el mundo de las redes sociales, se ha hecho una diminuta eternidad. Por eso, y aprovechando la ocasión del día que hoy nos ocupa, quiero presentaros el primer adelanto de lo que será mi nueva publicación: JUDIT.
Por ahora no quiero desvelaros más detalles, y dejar que esta carta que remite uno de los personajes de la historia al otro hable por sí misma. Y si os gusta, pronto tendréis JUDIT al completo, con sorpresas incluídas.
Gracias por estar ahí, con todo mi cariño,
Francisco Lavín Pérez-Stauder.
EXTRACTO
DE JUDIT (CARTA)
-“Hola,
sé que el correo utilizado quizá no sea de tu agrado, pero el
inspector me profesa fidelidad absoluta y aprovechando esta
circunstancia me he puesto a escribirte. Como es la cabeza ¿verdad?
Tantas ideas y cuando vas a plasmarlas te arrecian las dudas sobre
qué palabras apostar, cómo orientarlas, cómo transmitirte todo lo
que siento.
Veinticuatro
horas que no he dejado de pensar en ti. Sumarán otras tantas más
sin advertirte. Por cada retazo de tiempo que atraviesa mi vida, tu
figura profesa renovada en contraposición a este obligado retiro.
Impertérrita, este movimiento fugaz me transporta a un mundo (mi
mundo agotado, marchito) y al cerrar los ojos este universo de
cristal se vuelve vívido y cambiante. Apareces inventado,
hermosísimo y cercano. Tus manos recogen las mías acariciándolas
suavemente y tus labios besan los míos, sin pudor, sin miedo.
¡Atrevido!
Delicada
como papelina de fumar me consume el fuego que brota de tu boca y las
cenizas acunadas por el viento me llevan a espacios que desconozco y
en los cuales me dejo llevar, como las mentiras creyéndolas
verdades, como la niña de la mano de su padre.
En
sueños puedo andar, no me importa si me he perdido, no me importa
donde me halle ni donde te encuentres, porque tropezaré a tu lado mi
dulce vida. Acertaré de una forma u otra, no sé cómo, no me
preguntes dónde albergo la certeza entre un mar de dudas, pero lo
presiento. Te buscaré, horadaré la tierra de norte a sur, bajaré a
los infiernos si es preciso, y si tuviera que interpelar y rogar
ayuda al mismísimo Hades lo haría.
Es
tal mi desesperación por ti, te amo, ¡dios mío como te amo! Y ¡sí!
Me he humillado, me he arrastrado dejando atrás mi dignidad, mi
orgullo. Todo. Pero Te quiero y no sé como abandonar esta cruz que
llevo a mis espaldas. ¿Te preguntas alguna vez que ha sido de mí?
¿Visualizas mi cara, mis manos, mi piel? Yo lo hago constantemente,
no ha pasado un solo segundo que mi mente no haya tejido trozos de tu
memoria. Y los he guardado junto a mi corazón, a sangre y fuego.
Tan
pronto como apareciste, te marchaste. No puedo engañarme y menos
contigo. La culpa fue mía… del todo. Los tiempos, como en música,
no iban equilibrados y en cuanto supe de ti quise correr arramblando
con todo sin pensar siquiera que entre toda esta vorágine de fuertes
emociones también te atropellé.
Reuní
las fuerzas necesarias para encontrarte, es cierto que mi paso por la
política me ayudó a ello (contactos, llamadas, favores, contra
favores) y fui confeccionando detalle tras detalle un perfil de tu
vida laboral, deportiva, sentimental, lúdica. De ahí supe a lo que
te dedicabas, importándome un bledo el motivo y los porqués de
ello.
No
busco compasión con esta carta y estas palabras, pero me ayudan a
expresar o al menos a romper el choque inicial de sentimientos
enfrentados desde la última vez que nos vimos. Tu exilio (perdona si
utilizo esta expresión) inició el camino de una fuerte depresión.
Ahora lo llevo un poco mejor pero los días, las semanas, los meses y
años que tu figura se esfumó de mi lado no han mermado un ápice el
deseo de saber de ti. Y Te quiero. Intensamente.
He
roto a llorar y recuerdo como si fuera ayer tus palabras de
despedida. ¡Lo siento amor mío! Te juro por lo que más quieras que
jamás, de ningún modo quise hacerte daño, fragmentar una vida
hecha y no encuentro las palabras adecuadas a este sentimiento de
culpabilidad permanente, no las hallo y sobre todo no puedo revertir
y transformar todo lo ocurrido.
No
puedo pedirte que me perdones porque no tengo derecho ni siquiera a
eso. El amor me llevó por caminos desérticos y solitarios, sin
ayuda de ningún tipo, me perdí y te zaherí sin pretenderlo. Es
todo lo que puedo decir. Ruedan lágrimas sobre mis ojos serenos y
claros como la verdad de todo lo que relato y de sabor tan amargo
como la tristeza que invade mi alma.
Cuando
los principios son barridos por la necesidad nadie espera
comprenderlo. Y eso fue exactamente lo que sucedió y las
consecuencias créeme, las he pagado con creces, pero me niego a no
seguir luchando por aquello en lo que he creído desde que mis ojos y
todo mi ser pernoctaron en tu vida.
Ahora
ya sabes toda la verdad y me siento realmente agotada, caduca con
todo lo que me rodea. Exprimo mis últimas ilusiones puestas en un
rudo inspector. Desconozco si todo lo escrito lo albergarán tus
manos alguna vez, tan solo de pensarlo me ruborizo. ¡Qué
infantil creencia! Pero es todo cuanto poseo.
¿Te
acuerdas cuándo
y cómo nos conocimos? ¿Te acuerdas de nuestro primer beso, de
nuestros arrumacos, de cuando nos enrollamos por primera vez en aquel
pueblo en fiestas? Lo que nos costó perdernos, creo que tu hermano
mayor no nos quitó ojo en toda la noche. Fue fantástico, como nos
reíamos de nuestra inocente aventura escondidos tras los bajos de un
camión viéndole pasar con cara de muy pocos amigos. ¡La bronca que
te llevaste después fue monumental! Y la mirada que me echó…
fiuuu. Me río al recordarlo. Y lo perpetúo para no morirme en el
olvido de tu memoria. Como brotaban nuestros “Te Quieros” como
nos susurrábamos palabras de amor encendidas sin despegar nuestros
labios entrelazados.
Era
tan hermoso, transportada a un mundo de fantasía me hiciste la mujer
más radiante del mundo. Te veía muy feliz a ti también, siempre
arrobándome con aquellas miradas sustraídas al tiempo entre el
grupo de amigos. Tu guiño de ojos, tus breves notas de palabras
vivas.
Nuestras
señales secretas como cuando te tocabas el lóbulo de la oreja para
decirme que me amabas, tu “Siempre P”, y aquella canción de un
grupo llamado Poison con su “I wont forget you” o “Every rose
has it´s thorn” ¿sabes? ¿No me la pusiste como cien veces
seguidas en el coche de tu padre? Eras tremendo, pero te veía tan
abstraído con cada reproducción que me quedaba maravillada
viéndotela cantar. Te amo. Te amo más que mi vida.
¿Y
recuerdas aquella tarde solos en casa fundiéndonos a besos en el
salón? Era verano, me cogiste de la mano y sin decirme nada subimos
al segundo piso en aquella buhardilla pequeña como la casita de un
gnomo.
Allí me tumbaste en la cama y tu vergüenza desapareció recorriendo
con tus manos mi pecho y el resto de mi cuerpo. Fue la primera vez
que te oí gemir, la primera vez que nos manchamos asustándonos, la
primera vez que iniciamos el camino hacia un mundo extraordinario y
nuestro. De nosotros y de nadie más.
No
sé qué más puedo contarte ni que palabras utilizar. No sé nada
amor mío. No sé absolutamente nada de ti… y sin embargo te siento
tan cerca como para llegar a olerte. Me cuesta escribirte, te
parecerá extraño, pero es así. Me he vuelto muy llorona, sensible
a casi todo lo que me rodea.
Te
voy a pedir un favor, algo ajeno a todo lo que te voy contando,
tampoco estás obligado a ello pero para mí
sería como un soplo de aire fresco y necesito respirar. Es esto: si
esta carta llega a tus manos porque el destino ha querido que sea
así, consérvala junto a ti y si te sientes con fuerza contéstame
por favor. Ten paciencia con el inspector él es mi único enlace
entre mi vida y la tuya. Confío en que te encuentre.
No
puedo ofrecerte nada más que lo mío. Te quiero y te amo.
Intensamente. Tú. Mi vida, mi religión, mi ser, mi universo. Mi
todo.”-
No hay comentarios:
Publicar un comentario