De esto habla Conjura.
Feliz año viejo, feliz año nuevo.
CONJURA
Ella
me miró y yo respondí a aquella mirada. La respondí en silencio,
aquel silencio que habla y no calla. Aquel silencio que enmudece
cualquier error. Al cabo de cierto tiempo pecamos, así lo dice el
manual eclesiástico y así lo dictamina la ética social. Pecamos
con fe, también con pasión y en cierto modo con cierta locura, al
borde del abismo creímos caer. También tuvimos miedo y nos
transformamos en héroes. En héroes de barro, diminutos y escondidos
de todo cuanto
habita nuestro alrededor. La amaba y ella me amaba, sus besos
perforaban mi ser, era una especie de locura celestial, vaso sagrado
donde tragaba su propia esencia. ¿Por qué se le llama pecado cuando
todo lo nuestro estaba cimentado en el amor? Jamás quisimos romper
lo que nos unía a lo terrenal, nos prometimos preservar lo nuestro,
nuestros hijos, nuestras vidas, nuestro mundo. Sabíamos que nos
íbamos a estrellar, a rompernos en mil pedazos, a sufrir. ¿Pero
como no aceptar ese reto, como no aceptar el cáliz mostrado ante mí?
¿Cómo? Era mi sueño, su sueño transformado en vida, lo era todo
para mí. Lo carnal se hizo virtud, su cuerpo derribó mi fidelidad,
sus ojos penetraron los míos y mi yo se transformó en su yo. Mis
brazos al abrigo del bosque cuyo riachuelo bordeaba el campo
recorrieron su cuerpo, mi lengua violentó su boca, mis labios
rompieron los suyos y mis manos recorrieron palmo a palmo el deseo
hecho pasión. Su tez, nívea como el algodón se tornó roja como la
sangre, no quise conocer el límite de su dolor y ahondé sin duda en
el umbral del sudor, fue un tormento que aceptamos juntos. Amnesia.
El tiempo es un gran aliado de aquello que no queremos olvidar,
porque permanece aunque tu conciencia y tu mente destinen a otro lado
su campo de visión. Ella se fue y no la volví a ver jamás,
quedaron otras muchas cosas, detalles, arrumacos, empujes, impulsos,
risas, sonrisas y mucho amor. Lo hablamos en infinidad de ocasiones,
no tenía sentido seguir así, seguir en un tablero donde no hay
llegada, no hay meta, donde juegas para perder y donde solo los
perdedores apuestan por la quimera del amor. Aposté y perdí. Pero
si he de ser sincero, ¿quién no renunciaría a jugar sabiendo que
en el otro lado te encontrabas tú? Yo no pude. Y perdí. Lo perdí
todo. Absolutamente todo.
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